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12 feb 2021

Diez años viviendo en el Futuro

Photo by JA / Shanghai, China / 2021
Photo by JA / Shanghai, China / 2021
 

"The future is here. It’s just not widely distributed yet" - William Gibson

El futuro me asusta. Siempre me ha asustado. Dicen que es mejor mantener cerca a tus demonios para poder tenerlos controlados y que no puedan atacarte por sorpresa. Quizá esa fue la razón por la que decidí venir a vivir aquí. Al futuro. Al otro lado del tiempo.

Lo que no tenía planeado era permanecer aquí una década.

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Llegué tras el Año Nuevo Lunar de 2011. Decidimos China como destino por diversos motivos, pero uno de los principales fue que nos llamaba la atención la posibilidad de vivir en un país asiático y este parecía uno de los más viables a nivel laboral. No conocíamos apenas nada de esto. En verano del año 2010 pasamos un mes entero recorriendo China con una mochila a la espalda para tratar de hacernos una idea aproximada de lo que íbamos a encontrarnos. Tras aquel viaje decidimos que Shanghai iba a convertirse en la ciudad elegida para establecernos. Seis meses después nos subimos de nuevo a un avión. Esta vez, sin billete de vuelta.

Dejamos nuestros trabajos en Madrid a finales de 2010. Con una tristeza que aún duele a día de hoy, nos despedimos de nuestros amigos y de la ciudad que había sido nuestra casa durante catorce inolvidables años. No vinimos a lo loco. Contábamos con algunos ahorros que usamos como colchón para poder vivir en Shanghai durante unos cuantos meses mientras buscábamos un trabajo adecuado. A pesar de ello estábamos aterrorizados. Nunca nos habíamos plantado en otro país con el objetivo a medio o largo plazo de quedarnos a vivir. Nunca antes habíamos emigrado.

Recuerdo perfectamente esa sensación de no tener ni la más remota idea de por dónde empezar. 

Los primeros meses que vivimos en Shanghai fueron intensos. Cada mañana acudíamos durante cinco horas a clases de chino en la Universidad de Donghua. Necesitábamos entender algo de lo que ocurría a nuestro alrededor y comunicarnos. Por las tardes buscábamos piso y trabajo para poder asentarnos y comenzar. Por las noches quedábamos con algunos nuevos amigos y les bombardeábamos a preguntas.

Recuerdo nuestro entusiasmo durante el dilatado proceso de vivir y conocer la ciudad. Era la época de los Nokias y salir de casa dispuestos a moverse por una megalópolis de 25 millones de habitantes, donde casi nadie habla inglés y donde todo está escrito en chino, con la única ayuda de un mapa medio roto doblado en el bolsillo, podía ser catalogado como una excitante aventura. Todo era nuevo. Todo era complicado. Todo era fabuloso. Fueron momentos que jamás olvidaré.

Durante esta década han pasado tantas cosas que resulta imposible hacer recuento. 

He trabajado en dos empresas distintas y he viajado mucho por trabajo, lo cual me ha dado la oportunidad de conocer China en profundidad. He estado en dieciséis de las veintidós provincias del país (Sichuan, Yunnan, Hunan, Hainan, Guizhou, Guangdong, Fujian, Jiangxi, Hubei, Henan, Anhui, Zhejiang, Jiangshu, Shandong, Hebei y Liaoning), en una de las cinco regiones autónomas (Guanxi) y en las cuatro municipalidades existentes (Chongqing, Beijing, Tianjin y Shanghai, que es donde resido). Muchas de las regiones anteriores (como es por ejemplo el caso de Yunnan, Fujian, Hunan y Beijing) también las he visitado en varias ocasiones por placer y las he podido conocer con tiempo. He viajado también por diversos motivos a las provincias de Gansu, Shanxi, Shaanxi y Heilongjiang, la región autónoma de Xinjiang y las regiones administrativas de Hong Kong y Macau.

Me quedan por conocer Jilin y Qinhai en lo referente a provincias y Tibet e Inner Mongolia de las regiones autónomas.

No he desaprovechado la oportunidad de moverme fuera de China todo lo que he podido. Corea, Indonesia, Filipinas, India, Myanmar, Tailandia, Taiwan, Vietnam, Camboya, Singapur, Malasia, Laos, Sri Lanka, Australia, Nepal, USA y (cómo no) Japón. He estado siete veces en Japón y volvería siete más sin dudarlo.

No ha estado nada mal. 

Hemos vivido en tres casas diferentes, siempre en el distrito de Jing´an de Shanghai: un maravilloso apartamento de dos habitaciones en el piso veintiocho de un edificio de la calle Wuding, un serviced apartment en la planta diecisiete de un edificio de oficinas de Wulumuqi lu en el que vivimos temporalmente durante unos meses, y nuestra actual casa a veintinueve nieveles de altura sobre Xinzha y nuestra querida Wuding lu. Hoy pagamos de alquiler casi el doble que hace diez años por aproximadamente la mitad de superficie que cuando llegamos.

La vida diaria para los extranjeros que residen en cualquiera de las grandes ciudades de China es hoy bastante más sencilla que hace años. Por contra, el sistema ha endurecido los procesos burocráticos y exige que se cumplan una serie de estrictos requisitos para trabajar y residir en el país. La razón es obvia: China ya no necesita extranjeros.

En el año 2015 y tras haber superado los 18,000 kilómetros recorridos en moto por las calles de Shanghai, tuve un accidente serio. Me operaron dos veces de la pierna izquierda y durante un par de años parte de mi esqueleto estuvo parcialmente reforzado con titanio. Mis padres tuvieron que venir a vivir a China para ayudarme con la recuperación. Necesitaba asistencia las 24 horas del día. Tuve que aprender a caminar de nuevo. Tuve que aprender a sonreír de nuevo. Viví un proceso judicial para demostrar que el todoterreno que conducía aquel chico francés que se saltó un stop cerca de Xujiahui me había arrollado a mí y no al revés, y conseguir así que su seguro corriese con los astronómicos costes médicos que supuso arreglarme la avería que me había hecho en la pierna.

No todo el mundo puede contar que ha ganado un juicio en China. Conseguí volver a caminar. Conseguí volver a sonreír. Me recuperé por completo. 

China nos ha tratado de manera impecable. En general nunca nos hemos sentido incómodos ni discriminados por ser extranjeros. A nivel personal jamás hemos sentido rechazo, ni odio, ni menosprecio, sino todo lo contrario. Son gente excepcional en todos los sentidos y me honra formar parte de su historia. Siempre nos han acogido y tratado con un cariño y un respeto digno de admiración, y me siento profundamente afortunado y agradecido por ello.

Al margen de ciertos reveses (algunos muy duros) que forman parte de la vida en sí misma, lo hemos pasado realmente bien. Nos hemos reído mucho. Hemos vivido momentos y experiencias que recordaremos siempre. Y hemos sido felices. Ese es el mejor resumen de la pasada década cabalgando a lomos del Dragón.

Hace unos años, mirando por la ventanilla del avión mientras aterrizábamos en el aeropuerto de Pudong tras pasar unas Navidades fuera, dije sin pensar: “Hemos llegado a casa”. Eso es exactamente lo que Shanghai significa para nosotros. Nuestra rutina. Nuestro hogar. Suena extraño pronunciarlo en voz alta, pero este es el lugar donde uno tiene las cosas bajo control, está tranquilo, baja la guardia y se siente seguro.

Shanghai es nuestra casa.

Soy un enamorado de Shanghai. Es una urbe absolutamente fascinante. Una ciudad con una energía y un potencial fuera de lo común que no ha dejado de sorprenderme ni un sólo instante. No importa lo bien que la conozcas. Siempre quieres más. Shanghai es cyberpunk, escribimos una vez en este blog. Un animal metropolitano que juega con la perspectiva y la escala al más puro estilo Blade Runner. Desde los gigantes que se alzan allá en el esquivo horizonte delimitando el skyline y proyectando las sombras que caen sobre nosotros, hasta los pequeños locales, patios y pasadizos que conforman el caótico y colorido carácter de la escena urbana a pie de calle. Como si todo fuese parte de un pintoresco bodegón posmoderno extraído del guión de un videojuego ambientado en el futuro con toques retro y luces de neón.

Shanghai es una de las tres ciudades que han marcado mi historia y definen quién soy. Las otras dos son Bilbao y Madrid. Mi relato se escribe paseando por sus calles y perdiéndose por sus rincones.

Dos maravillosas utopías y un escenario distópico que formarán parte inseparable de mi memoria.

 
Bilbao es mi Shangri-la
Madrid es mi Valhalla
Shanghai es mi Entropía

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Vivir en Shanghai es lo más parecido que existe a vivir en el futuro.

Lo bueno de vivir en el futuro es que todo es jodidamente divertido. Lo bueno son las aventuras. Los escenarios. El caos. Lo bueno es que el paisaje nunca defrauda porque cada rincón de la ciudad es un parque de atracciones y los tesoros que quedan por descubrir siempre superan en número a los que ya han sido desenterrados. Lo bueno es caminar bajo las luces de neón y sentir que estás viviendo una historia diferente en un lugar distinto y que, sin importar lo que pueda pasar mañana o pasado mañana, ese capítulo pertenece de forma inherente al libro de tu vida.

Lo bueno de vivir en el futuro es la entropía.

Lo malo de vivir en el futuro es que echo de menos el presente.

Echo de menos el cielo. El mar. El aire. El horizonte. Echo de menos el tiempo. Tener tiempo. Perder el tiempo. Sentir el paso del tiempo. Todo va tan rápido aquí que si te descuidas, la realidad te atropella y te hace añicos. Echo de menos caminar en vez de correr. Pararme de vez en cuando a saborear por completo un instante. Ser consciente del momento, del lugar y del transcurrir del tiempo. Echo de menos ese tiempo que aquí no tiene ningún valor.

Y echo de menos a mis padres. Mucho. Cada uno de los días de estos pasados años he echado en falta vivir un presente a su lado. Eso sí que duele de verdad.

Lo malo de vivir en el futuro es la entropía.

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Llevo una década viviendo en el futuro y siento que estoy institucionalizado. Me vine aquí para dejar de tener miedo y aprendí que el miedo no puede ser eliminado. Nuestros demonios pasados seguirán ahí en los días futuros y debemos caminar junto a ellos. Son nuestros compañeros de viaje en esta corta travesía por el tiempo. Somos nosotros mismos.

Hay que aprender a convivir con los monstruos.

Hay que aprender a vivir en la entropía.


2 comentarios :

uresandi dijo...

Suerte a los dos.

DavidFHer y familia dijo...

Admiro a personas como vosotros, a las personas que arriesgan con cabeza.