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12 abr 2011

El Fin de las Certidumbres

Llevamos ya casi dos meses viviendo en las tierras del temido Dragón del Norte. Sesenta días desde que decidimos poner fin a todas nuestras certidumbres y comenzar esta pequeña aventura que no sabemos por qué cauces irá derivando.

Comenzar una vida nueva no es un asunto fácil. Llegas a un lugar inmenso y prácticamente desconocido. No tienes una noción de las distancias y el sentido de la orientación pasa a ser el más importante, ya que de él depende el éxito de tu día a día. Todas las calles parecen tener el mismo nombre. Todas las tiendas parecen la misma tienda. Todos los restaurantes parecen el mismo restaurante e incluso todos sus clientes parecen el mismo cliente. Estás solo. No conoces a nadie en la ciudad. No tienes cerca a tus amigos ni a tu familia. No puedes simplemente ponerte a andar sin pensar y llegar al lugar que querías llegar. Todo supone un esfuerzo inmenso.

El idioma tampoco ayuda demasiado. 
No sabes hablar. No sabes leer ni escribir. No entiendes a los que te rodean y simplemente oyes que todo el mundo emite continuamente sonidos muy similares que para ti no tienen ningún significado concreto. Tampoco entiendes sus gestos ni ellos entienden los tuyos, por muy evidentes, contundentes y claros que sean para ti. Eres como un niño pequeño. 

Tardas una eternidad en cosas ridículas. Lo que en tu propio habitat sería un asunto sin importancia aquí se convierte en una pequeña odisea. Te desesperas viendo lo poco que cunden los días. Te desesperas mirando el paso del tiempo. El calendario y el reloj juegan en tu contra y se acaban convirtiendo en tus peores enemigos. Por un lado, tú estás obligado a establecerte y encontrar tu sitio en un tiempo récord, por otro todo lo que te rodea parece confabularse en tu contra para impedírtelo cueste lo que cueste.

Asia agota. Pero engancha.

Pero a pesar de que todo este laberinto psicológico parece durar meses y meses, realmente esta sensación de desorientación sólo dura unas pocas semanas. Poco a poco y sin darse uno cuenta, todo comienza a tener cierto sentido. Es como cuando uno se compra un puzzle de diez mil piezas y llega a casa, abre la caja y vuelca todo el contenido encima de una mesa. Coge una silla, se sienta frente a aquel desatre y comienza poco a poco a poner orden.

Al principio todas las piezas nos parecen iguales y somos incapaces de empezar a colocar ninguna. Agarramos una, la miramos y la devolvemos al montón. 


Hacemos lo mismo sucesivamente con varias de las piezas y comenzamos a preguntarnos: ¿Por dónde empiezo? ¿Cómo es posible elegir una concreta entre todas estas si ni siquiera cuento con una mínima referencia para situarla? ¿Cuál es el primer paso? Poco a poco uno va haciendo pequeñas agrupaciones y trata de organizar las piezas por conjuntos, por colores o por intuición. Y sin casi darnos cuenta, un buen día tenemos colocadas unas cuantas por aquí y otras tantas por allá. Entonces nos separamos de la mesa, vemos las cosas con una perspectiva algo más lejana y todo comienza a estar un poco más claro. Todavía queda mucho trabajo por delante para tener el puzzle montado por completo y nadie nos asegura que no haya en un futuro partes del mismo en las que nos atasquemos, pero al menos ya vemos el problema como algo fraccionado y no como un conjunto de decenas de miles de elementos sin sentido entre los que navegamos desorientados sin saber hacia dónde tenemos que tirar.

Y así nos ha ocurrido. Hemos empezado poco a poco a montar el puzzle y a agrupar las piezas por conjuntos. Ahora estamos un poco menos desorientados y no todas las calles nos parecen la misma calle, ni todas las tiendas nos parecen la misma tienda ni todos los restaurantes nos parecen el mismo restaurante. Ni siquiera todos sus clientes nos parecen el mismo cliente.

Todavía no sabemos hablar pero a base de mucho esfuerzo y de infinitas horas de estudio podemos expresar algunas frases sencillas. Y cuando nos hablan ya no escuchamos simplemente una colección de sonidos sino que entre ellos comenzamos a distinguir palabras de verdad. Aún no sabemos leer pero vamos reconociendo algunos caracteres cuando vamos por la calle. Y tampoco sabemos escribir pero mientras estamos repasando y estudiando, podemos rellenar cientos de folios con los más de trescientos hanzis que hemos aprendido hasta este momento.

Y así están las cosas. Ahora que han transcurrido ya casi cinco millones de segundos desde que comenzó esta aventura podemos decir que tenemos muchas ganas de continuar completando este puzzle.

Ojalá no lo acabemos nunca. Ojalá siempre tengamos ganas de seguir buscando piezas nuevas.

Bienvenidos al principio de nuestro particular fin de las certidumbres.

1 comentario :

mOe:) dijo...

EnhOrAbuenA y muchO AnimO :)