Si hay una cosa que nos maravilla del mundo son los expertos. Hay expertos en todos los órdenes de la vida y en todos los campos del conocimiento. Ellos rigen el rumbo de los acontecimientos y marcan con tiza en el suelo la delgada línea que separa lo bueno de lo malo, lo sublime de lo patético, lo genial de lo mediocre. Ellos son el tamiz que selecciona la pepita de oro entre un montón de piedras sin valor. Ellos saben extraer el diamante en bruto de una caja llena de brillantes de bisutería. Etiquetan el mundo y nos dicen a los demás cómo tenemos que ser si queremos triunfar o fracasar. Ellos toman las decisiones para que nosotros, pobres y simples mortales, las acatemos y seamos más felices. Piensan por la sociedad y con sus expertas opiniones definen cuál es el camino correcto.
Por nuestro bien. Por nuestra seguridad. Por nuestra libertad.
Por nosotros.
Y todo esto lo hacen en base a cosas que nosotros, los no-expertos, no entendemos. Y cómo no podía ser de otra manera también tenemos expertos en nuestra profesión.
Una cosa que hacen muy bien estos expertos es poner medallas a otros expertos como ellos para que todos los demás tengamos bien claro cuáles deben ser nuestros referentes, nuestros maestros y nuestros guías.
Esta semana, varios de estos expertos se juntaron en Beijing para decidir quién sería el galardonado con el Premio Pritzker del año 2012. Según algunos: el premio de más prestigio y más peso de los galardones otorgados a los arquitectos. Según la prensa: el Nobel de la Arquitectura. Según nosotros: una medallita que unos elegidos le colocan a un arquitecto en la solapa.
Como cada año, la cadena de hoteles Hyatt con el Barón Peter Palumbo a la cabeza, ha decidido quién tendrá el honor de recibir esa codiciada medalla de bronce. Algo parecido a que Paris Hilton se pusiera a nombrar a una comisión de sabios para elegir al próximo Nobel de Física.
Globos de Oro, Óscars de Hollywood, Nobeles varios, Principes de Asturias, Pritzkers o el Premio de la revista Cuore a la famosa peor vestida del año. Todos los premios son la misma cosa. Todos tienen, para nosotros, la misma relevancia. Es decir, ninguna.
Este año los expertos determinaron que el ilustre galardonado con el Premio Pritzker 2012 debía ser el arquitecto chino de 48 años Wang Shu. Resulta gracioso ver a la expertísima Zaha Hadid hablando del valor de la artesanía, del respeto por el medio ambiente, de sostenibilidad, de la grandeza de una arquitectura vernácula, del gusto por la sencillez constructiva, de una arquitectura low-cost, de la honestidad de los materiales, de la importancia de tener en cuenta las necesidades locales y de la gran profundidad filosófica de la obra de Shu en la que conviven de forma armoniosa tradición y modernidad. Resulta tremendamente cómico, la verdad.
En el Siglo de la Hipocresía uno ya no se sorprende por nada. Simplemente esboza una sonrisa y mira para otro lado. Como si fuéramos todos parte de una gigantesca pantomima en la que nada tiene lógica, en la que nada tiene relevancia. Un teatro absurdo donde la mentira lo inunda todo y la incoherencia es el lenguaje del común de los mortales.
Y eso mismo es lo que supone para nosotros el Pritzker: Una fiesta para celebrar la Supremacía de los Expertos, creada por los Expertos y destinada a señalar con el dedo a aquellos Nuevos Expertos que formarán parte de su escogido, selecto y elitista club.
Wang Shu: La excepción que confirma la regla
Curiosamente fue hace poco más de un mes cuando escuchamos por primera vez su nombre. Fue en una especie de conferencia en la Universidad de Harvard en la que Wang Shu hablaba acerca del Museo de Historia de Ningbo. En ese video vimos un perfil de arquitecto poco (o mejor dicho, nada) frecuente en China. No es habitual en este país escuchar de boca de un arquitecto temas relacionados con el slow-build, la economía de materiales, la importancia de la reflexión y el tiempo, la sinceridad en la construcción, la artesanía, el reciclaje, el gusto por el detalle y la preocupación por la destrucción de la arquitectura tradicional china y por el imparable (y absolutamente devastador) desarrollo urbanístico del país.
Wang Shu era un arquitecto diferente. Para empezar, era un arquitecto crítico. Y no sólo era crítico con el trabajo irreflexivo y carente de cualquier tipo de pensamiento arquitectónico de la mayor parte de los arquitectos y urbanistas en China, sino que también lo era con muchas de las decisiones y actitudes de su propio Gobierno destinadas únicamente al fomento y amparo este proceso de especulación salvaje. Era un arquitecto que se mostraba contrario a las expropiaciones a golpe de maza que suele llevar a cabo el Gobierno Chino a la hora de promover los gigantescos planes urbanísticos que están convirtiendo a este país en un lugar carente de personalidad y de carácter. Expresó en multitud de ocasiones su absoluta oposición a la repetición y copia indiscriminada de modelos urbanos más orientados a las macro-operaciones económicas de los grandes inversores que a las necesidades reales de los ciudadanos de a pie. Era alguien capaz de construir arquitecturas de una calidad casi imposible de encontrar en el resto del país. Era, en definitiva, un profesional que trabaja día a día tratando de demostrar que se pueden hacer las cosas de otro modo.
Hace poco escribí en mi Twitter la siguiente frase: “En China sobra producción sin reflexión y falta pensamiento crítico, análisis y capacidad de anticipación a problemas futuros”
Wang Shu era exactamente la excepción que destrozaba aquella afirmación. La excepción que confirmaba la regla. El problema es que, en general, las excepciones no son precisamente lo que más le interesa fomentar al Gobierno Chino.
Wang Shu se convirtió, por tanto, en el personaje perfecto para atraer las miradas de los expertísimos Señores del Pritzker porque reunía todo lo que necesitaban para quedar bien a partes iguales tanto con China como con Occidente. Este es el doble juego de siempre: Por un lado, premiamos a China reconociendo su importancia y su influencia en el mundo y por otro exportamos a occidente la imagen de que hemos premiado a un tipo independiente, poco afín a los criterios del Gobierno Chino y moderadamente crítico con sus decisiones especulativas bajo la idea de un supercrecimiento ilimitado y carente de cualquier tipo de pensamiento crítico.
Lo mismo ocurre en todos los ámbitos: Occidente critica duramente a China por su doble rasero en política económica, por la censura, por la falta de libertad individual y por ciertas vulneraciones de los derechos humanos, pero acto seguido esos mismos Gobiernos Occidentales no dudan ni un instante en seguirle el juego al gigante asiático sin rechistar como dóciles corderitos. Occidente le da pequeñas collejas a China vanagloriándose por ello, y acto seguido se pone de rodillas para rendir pleitesía a la segunda potencia económica mundial. ¿Por qué? Pues porque su poder es incalculable y hay que mantenerles contentos para que no les dejen fuera de sus negocios.
Y los Señores Expertos del Pritzker de este año han pensado exactamente lo mismo: “Hay que tener satisfecho al Gran Dragón porque es la única manera de asegurarnos que cuando todo el banquete esté bajo su dominio, nos permita rechupetear los huesos y coger las sobras que él tire al suelo. Pero también hay que demostrar al mundo que somos capaces de dar mini-lecciones de moral premiando a un tipo que ha tenido ciertas diferencias con las decisiones de su Gobierno”.
Esto, como comprenderán, le ha molestado a China tanto como el mordisco de una pulga a un Tiranosaurio Rex. Es decir: Nada. A este país no le interesan los individualismos con proyección internacional porque con el paso del tiempo pueden resultarle molestos y volvérseles en su contra, como ya ha pasado otras veces. El problema es que Wang Shu no es Ai Wei Wei ni mucho menos.
Así que simplemente todo el mundo ha salido ganando. La arquitectura china tiene por fin su reconocimiento internacional (aunque el galardonado sea sólo una gota de genialidad dentro de un océano de especuladores que danzan al son del comunismo de mercado del Gobierno Chino), la arquitectura occidental tiene a su pequeño y desconocido héroe asiático (porque este año el Trending Topic que tocaba era la artesanía, el anti star-architect y la sostenibilidad, al igual que otros años ha sido todo lo contrario) y todos nosotros tenemos una nueva figura que añadir a nuestra lista de búsquedas en internet.
Una conclusión optimista
Detrás de este premio hay demasiada política y relativamente poca arquitectura. Pero no es algo que ocurra únicamente con el fallo de este premio en concreto sino que sucede igualmente en casi todos los premios de los que ya hemos hablado, donde las verdaderas decisiones para otorgarlos suelen estar más motivadas por razones totalmente periféricas a lo que realmente se vende al público, ya sean estas políticas, económicas, estratégicas o puramente basadas en un intercambio de favores.
La repercusión y difusión de este premio ha sido muy escasa en China. Tan sólo alguna breve reseña en unos pocos medios de comunicación. Se ha informado, pero no se le ha dado ni bombo ni platillo. Al Gobierno Chino no le interesa poner un altavoz que pueda traspasar fronteras a personajes con posibilidad de emitir opiniones contrarias al desarrollo económico y especulativo que ellos mismos promueven. Así que la cosa se ha quedado ahí: Un arquitecto, poco o nada conocido hasta ahora más allá de las fronteras de China, cuyo trabajo ha sido valorado, reconocido y premiado por Occidente.
En conclusión, y siendo moderadamente optimistas, nos gustaría decir que esperamos que el Premio Pritzker de este año sirva al menos para ir (poco a poco) creando cierta conciencia en China de que hay otras maneras de trabajar, de reflexionar y de hacer arquitectura, que funcionan notablemente mejor y dan otro carácter a las ciudades, dotándolas de una personalidad de la que carecen por completo actualmente. Los políticos, arquitectos, urbanistas y developers chinos están creando un país homogéneo y plano a base de repetir modelos obsoletos en los que se comenten una y otra vez los mismos errores. China tiene una infinita colección de ciudades sin gancho, producto de una actuación masiva, invasiva y descontrolada donde prima la velocidad y la repetición de patrones y donde se deja voluntariamente a un lado la reflexión, el criterio, la flexibilidad y la singularidad.
Como en todo, por supuesto, hay excepciones. Existen ciudades como Shanghai que traen implícita su singularidad de serie, gracias a una fantástica herencia urbanística y arquitectónica que han hecho que esta sea una metrópolis con una gran flexibilidad y adaptabilidad a todas las actuaciones contemporáneas que han ido arrasando y devastando progresivamente cualquier signo de ese pasado de excelencia. Shanghai ha logrado mantener su distinción, absorbiendo con estilo y clase esas actuaciones masivas y descontroladas... convirtiendo la fealdad en pintoresquismo urbano, transformando la mediocridad en singularidad y haciendo que los errores pasen elegantemente desapercibidos.
Esperemos, por tanto, que este Pritzker sirva para ir creando conciencia y ayudando a que muchos, poco a poco y paso a paso, tengan ganas de volver a creer que se pueden hacer las cosas de otro modo. Y lo hagan.
Esperemos que, por una vez en la historia, la decisión de los expertos haya servido para algo... y el mordisco de la pulga sobre el áspero y acorazado lomo del Dragón le haga revolverse de dolor y modificar ligeramente la peligrosa senda por la que estaba transitando.
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