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25 jul 2008

Munstro Hilak


Si algo tiene Bilbao es que es una ciudad muy fotogénica. Lo ha sido siempre. Antes lo era por su industria viva y ahora lo es por su industria muerta. Ahora es un bodegón de chimeneas sin aliento. Es un cementerio de monstruos muertos que descansan en determinados puntos del territorio, como si de un escenario pintoresquista se tratase.

Bilbao es una buena top model. Tiene infinitos rincones que parece que estén posando mientras esperan que alguien que pase por allí los inmortalice con su objetivo. Sabe seducir a la cámara, sacando más partido de su fuerte y marcada personalidad que de su contradictorio y polémico físico. ¿Es bella? ¿Es atractiva? ¿Es guapa? No a todo el mundo le gusta el físico de esta ciudad. No es una modelo con ese tipo belleza que convence a toda la crítica de manera unánime. Bilbao tiene una belleza que es tan particular y tan especial que solamente la pueden apreciar unos pocos ojos. Unas pocas miradas.

¿Será la posición de los párpados al perderse por sus calles? ¿Será que hay que mirar en la dirección correcta? ¿Será que depende de cómo la luz del sol resbale por las fachadas de sus edificios? ¿Será que hay que correr y correr por sus calles hasta que logremos capturar ese maldito "lado bueno" que siempre trata de escapar de nosotros? ¿O será que estamos tan acostumbrados a un tipo de belleza basada en la perfección y en la irrealidad, que nos hace pensar que todo lo que no encaje dentro de ese canon de parque temático, es que carece de atractivo?

Pero lo bueno de Bilbao es que no tiene complejos. Su personalidad hace que no se avergüence de nada. No sólo no se molesta en ocultar sus heridas y sus cicatrices, sino que hace de ellas el estandarte de su imagen, las dá la vuelta y las convierte en las marcas que definen su carácter.

Toda mi vida me ha pasado. Donde la gente veía suciedad, mugre, hierros doblados y chimeneas que vomitaban sin parar óxido seco y humo negro, yo veía un asombroso paisaje tan bello que me apetecía cada vez más vivir dentro de esa pintura. Formar parte de ese territorio. Para mí era tan hermoso que me producía una emoción a veces casi inconfesable. Bilbao es el paradigma del un movimiento inexistente que, en mi imaginación, sólo se me ocurre definir como 'pintoresquismo industrializado'.

'El Pintoresquismo, al restar importancia aparente al control, cercena cualquier relación obvia entre los medios y los fines. Al ocultar los recursos, pone en entredicho toda conclusión sobre las apariencias, y es este esfuerzo el que se asemeja artificial comparado con el esfuerzo franco que asociamos a lo natural' (Sidney K. Robinson, Inquiry Into the Picturesque)

En esta ciudad, esa belleza tan ansiada está más próxima a la estética de la perfección de las máquinas que a la de la perfección de la propia naturaleza. En cada rincón encontramos reflejado este concepto de belleza como una belleza artificial conseguida sin planificación previa, como si de un paisaje de natural se tratase.

Industrias abandonadas. En los huesos. Ruinas de acero que recuerdan una época no tan lejana.

Astilleros y buques en construcción.

Esas aves zancudas gigantescas que picotean por los muelles. Las grúas. Me encantan las grúas, son una debilidad desde que era un niño.

Los Altos Hornos. Esos monstruos muertos. Esos gigantes durmientes convertidos ya en el icono de la desindustrialización de finales del siglo XX.

Y la Ría. El testigo vivo del pasado de una ciudad que supo cómo resurgir de sus propias cenizas.

Bilbao puede ser una de las pocas ciudades que luce mucho más elegante y más guapa en días nublados y grises que en días soleados y luminosos. Puede ser porque con la luz de los días tristes, destaca más su traje de asfalto y de titanio manchado, así como sus joyas de verdín que acumula en las quillas de los botes y en las sogas que amarran a los buques. Es una ciudad que no necesita ningún maquillaje para resaltar su belleza. Está guapa como está, al natural, con la cara lavada por esa lluvia característica, que antaño era constante y hoy en día es mucho menos frecuente.

Bilbao, la ciudad donde un cartel medio arrancado de una pared de las siete calles, un bote carcomido por el salitre junto a un muelle, o la suciedad típica de las ciudades portuarias, no deslucen. Al contrario. Son esos detalles los que conforman su estampa y los que acentúan esa belleza. Son esos elementos que en cualquier otro lugar pasarían desapercibidos (o serían rápidamente arreglados y reformados), los que en Bilbao marcan su carácter y conforman una metrópoli que se sale de los convencionalismos de lo que comúnmente es entendido como "bello".

Bilbao... mi querida ciudad nublada...
mi querida ciudad oxidada...
mi querida ciudad gris...
mi ciudad entre todas las ciudades...
Bilbao... mi querido bocho...

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