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14 abr 2008

Con otros ojos

El sábado pasado nos acercamos al Salón Inmobiliario Internacional de Madrid, más conocido como el SIMA. Fue una visita relámpago en la que pudimos darnos una vuelta rápida por los cinco pabellones que la componen. La conclusión fue que, a pesar de la evidente crisis que afecta a los sectores de la construcción e inmobiliarios, lo que allí se respiraba era lujo, derroche y oportunidades de negocio por todos los rincones. 

Paseando entre los grandes y voluptuosos stands de las principales empresas del país se nos olvidó por unos instantes el delicado momento que vive la profesión.

Pudimos también apreciar la diversidad de productos que ofertan las diferentes empresas. Algunas exponían productos de dudosa calidad arquitectónica y constructiva, otras se encargaban de plantearnos una vida idílica en sus superurbanizaciones de lujo en lugares supuestamente paradisíacos mediante operaciones inmobiliarias de una magnitud casi metropolitana y otras preferían poner en alza promociones más controladas en las que el principal atractivo era el espacio y el diseño arquitectónico.

Y cada una de ellas, en función del producto ofertado, tenía un stand que iba muy acorde con la imagen que querían transmitir. Las grandes empresas daban una imagen de seriedad y lujo, disponiendo unos pabellones de más de mil metros cuadrados con diseños cuidados y sofisticados, muy acorde con la imagen que estas empresas proyectan en otros ámbitos a los que se dedican. Las empresas que vendían las ya famosas 'ciudades de vacaciones' nos recibían con sus columnas jónicas y corintias, sus fuentes del jardín del edén engalanadas con infinidad de palmeras de plástico y sus urbanizaciones de 'estilo remordimiento' ubicadas junto a vastos y verdes campos de golf. Había otras que nos presentaban suculentas imágenes en 3D y curiosas animaciones con sus torres al más puro estilo Las Vegas, y que por lo general se ubicaban junto a paradisíacas playas del sur y del centro del continente americano. Otras, más modestas, nos presentaban una colección de adosados muy 'concentration camp style' y por último había muchas otras que, sin tener tantas pretensiones, lograban ofrecer viviendas de verdad en lugares corrientes, pero que no tenían mala pinta a priori.



La calidad arquitectónica de los productos era en general muy escasa. Exceptuando algunos stands que sí utilizaban el diseño arquitectónico como una cualidad destacable de sus promociones, lo demás era negocio al más puro estilo Donald Trump. Es normal. Al fin y al cabo esto no es una feria que venda productos de diseño o de arquitectura, sino una feria inmobiliaria. El problema está en que nos resultaba muy complicado poder valorar todo aquel despliegue con ojos de 'no-arquitectos'.



Con mentalidad de arquitecto, casi ninguna de las cosas allí expuestas llamaban nuestra atención. Pero es cierto que, haciendo un gran esfuerzo y tratando de mirar todo con otros ojos, llegabas a la conclusión de que la feria estaba bastante bien montada y todo lo que allí se presentaba tenía el trabajo de muchísimos profesionales detrás y era un escaparate perfecto para valorar otros aspectos de nuestra profesión que están ahí y forman parte del sistema. Y, por qué negarlo, muchas de las empresas que allí exponían sus productos sabían venderlos bastante mejor que otras y daban una imagen de seriedad y de lujo muy conseguida.

Algunas se mostraban como empresas pioneras, con traje de diplomático, zapatos impolutos y maletín de piel de cocodrilo. Otras se presentaban como parques temáticos, con bermudas hawaianas, chancletas de piscina y decorados de cartón piedra. Y seguro que cada una de ellas sabe perfectamente a qué tipo de público va orientada.

Al fin y al cabo esto es marketing, donde toda la imagen está condicionada por el mercado al que va dirigida. Cada cual tiene su público y cada público responde a unos estímulos.

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