Photo by JA / Kyoto, Japan / 2019 |
En aquellos días sólo teníamos una cosa clara. No queríamos que aquel sueño estuviese vinculado a nuestros nombres o apellidos. No nos gustaba demasiado la idea de repetir el aburrido y caduco modelo de tantos y tantos otros ni nos seducía el hecho de que nuestro rincón particular, aquel lugar donde todo era posible porque nada estaba hecho ni escrito, estuviese compuesto por los todos o las partes que nos codificaban a nosotros mismos como individuos. Ese espacio no debía ser un conjunto de códigos preexistentes sino una disociación absoluta de los mismos. Un punto de partida. Un salto al vacío. Un paisaje nuevo que pudiese evolucionar sin ataduras y sin prejuicios. Un desierto donde predicar más o menos libremente, sin referencias, ni asociaciones, ni puntos de apoyo. Una página en blanco. Un renglón aparte.
Y así fue como decidimos llamarlo multido.
Podríamos entrar en extensas explicaciones que ahora poco importan, pero el resumen de todo es que para nosotros un proyecto de arquitectura era (y sigue siendo) fundamentalmente un conjunto de múltiples estrategias, reglas y sistemas (las operaciones) a las que se les aplican diferentes fuerzas e impulsos (las dinámicas) provenientes no sólo de la parte del arquitecto (el elemento propositivo) sino de todos los elementos y agentes involucrados (los elementos dispositivos) durante los procesos de ideación, desarrollo y ejecución.
Y el buen proyecto de arquitectura consiste justamente en lograr mantener un balance entre esas fuerzas dinámicas que mueven, agitan, desplazan, transforman y en definitiva, hacen evolucionar a un conjunto de ideas, propuestas y estrategias por los diferentes estados que hay que atravesar.
Dinámicas aplicadas a operaciones.
Un buen profesor de proyectos me dijo una vez algo así como: ‘En la vida de una persona no hay tantas buenas ideas. Tener una buena idea al año, una idea objetivamente buena, ya es algo de lo que sentirse orgulloso. Porque no es nada fácil. Las ideas obviamente son muy importantes pero lo es más aún su desarrollo. Es ahí donde radica el éxito o fracaso de un proyecto y lógicamente una misma idea (evolucionada, trabajada, mejorada) puede aplicarse a diferentes proyectos con resultados completamente diferentes’.
No lo sabía en ese momento, pero me estaba hablando de la importancia de las dinámicas. De la virtud de los procesos. Del equilibrio de las fuerzas.
Con el paso de los años fuimos poco a poco descubriendo el valor de estas fuerzas que impulsan a determinadas ideas, transformándolas, mejorándolas, empeorándolas, ajustándolas a determinados objetivos o simplemente completándolas. Porque las ideas son entes dinámicos. Evolucionan. Se mueven. Un planteamiento excelente puede dar lugar a resultados mediocres y unas estrategias a priori no demasiado interesantes pueden acabar convirtiéndose en verdaderos aciertos. Los planteamientos, los sistemas y en definitiva lo que nosotros llamábamos las operaciones, son importantes. Pero lo son aún más los desarrollos, los movimientos, las constantes evolutivas y las dinámicas que hacen que esas ideas vayan en la dirección adecuada.
El arquitecto tiene que plantear operaciones pero también tiene que ser capaz de equilibrar los vectores de fuerzas que se aplican durante el proceso de proyecto a cada una de las ideas y decisiones adoptadas.
No es tarea fácil, pero todo se reduce a eso. A fuerzas y a planteamientos. A energías y a estrategias. A mecánicas que mueven pensamientos o ideas.
Múltiples dinámicas aplicadas con diferentes intensidades y direcciones a una colección de múltiples operaciones.
Así que con todas aquellas obsesiones golpeando el interior de nuestras cabecitas, en aquel preciso e indeterminado momento de nuestras vidas, decidimos que ese territorio sin explorar se llamase 'multido'. Y así quedó bautizado.Podría haber sido cualquier otro nombre más o menos ingenioso. Cualquier otra etiqueta. Cualquier otro alias o cualquier otro código. Nada de esto era relevante ni tenía demasiada importancia.
Era tan sólo un nombre. Nada más que eso. Un estúpido nombre.
Y es que lo verdaderamente importante venía justo a continuación de ese nombre. Era una palabra fácil. No hacía falta inventar nada nuevo ni proponer una serie de alternativas para decidir después cuál nos convencía más. Ahí no teníamos ninguna duda.
Porque a fin de cuentas, nos llamemos como nos llamemos y nos definamos como nos definamos, la realidad es que somos tan sólo arquitectos.
Esa y no otra es la palabra que mejor define lo que hacemos.
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